El insomnio de Brode

Los fantasmas de toda una vida atascados en una noche de insomnio… Por Osvaldo Drozd

Era una de esas noches en la que Brode no quería dormir. Intentaba hacer algo para confirmar esa actitud, pero tampoco lo lograba. No podía encontrar una película que lo satisfaga. El efecto de la ginebra no le permitía concentrase en la lectura de un libro, ni en un filme con una trama intensa. Esas eran cosas que él consumía frecuentemente, pero ese día no podía hacerlo. Rebeca, su mujer, hacía ya tres horas que estaba durmiendo plácidamente. Algunos años atrás, quedarse en vigilia hubiera sido problemático. Ella le hubiera demandado que lo acompañe en la cama y que no se quede despierto. Pero esos tiempos, esa clase de reproches ya eran pretextos. Llevaban más de diez años viviendo juntos y no podían tener hijos. Habían consultado a diversos médicos especialistas pero ninguno les pudo dar una solución.

Decidieron adoptar a un perro. Hacía unos seis años que Tobby vivía con ellos. No era un can de raza, aunque sí una cruza bastante digna. Un perro compañero y guardián a pesar de no ser peligroso para la integridad humana. Tobby también dormía plácidamente. Todos los pronósticos del tiempo habían anunciado tormentas para esa noche, pero habían fallado. Brode se acercó a la ventana y al abrirla constató el cielo estrellado con escasas sombras producidas por alguna nube. Tampoco podían oírse demasiados ruidos provenientes del afuera. De repente el tronar de una moto rompió el silencio, pero se perdió en escasos segundos. Al dormir, el soñante recrea un paisaje exterior onírico que le hace suponer que no se encuentra solo. En este caso, Brode se sintió solo a pesar de no dudar de la existencia de su entorno. Esa soledad era algo que venía elucubrando desde hacía bastante tiempo, aunque nunca antes la había percibido con tanta certeza. Por eso mismo, intentaba sembrarse dudas. Por momentos creía que la había derrotado, pero al rato la certidumbre retornaba. Se sirvió un vaso más de ginebra, suponiendo que en algún momento le podía llegar el sueño. Si es cierto que en el insomnio hay algo de uno que hace fuerza para convalidarlo, el efecto del alcohol podía debilitar esa voluntad. Al menos eso suponía Brode. Sabía que tras dormir toda una noche, al despertar pueden percibirse cambios inesperados. Era casi como un axioma de su propia filosofía cotidiana. A pesar de nunca haber hecho una cura de sueño, era un convencido de su eficacia, a pesar de ser una práctica pasada de moda. No pocas veces había imaginado dormir una o dos semanas seguidas para desconectarse de su cotidianeidad.

Se posó en la ventana corriendo la cortina para ver hacia afuera. Por detrás del pequeño parque veía las casas vecinas. En la chimenea de la vivienda, ubicada a su izquierda, su vista se quedó atascada como si eso le causara un gran asombro o en todo caso mucho placer. De repente imaginó al propietario de ese lugar reprochándole la indiscreción de espiar, aunque a los pocos segundos pudo constatar que esa persona no existía en absoluto. Hacía años que en esa casa vivía una mujer sola con sus pequeños hijos. Quién le reprocharía mirar la chimenea. Nunca había conocido a esa persona. Entonces pudo darse cuenta de que algo del sueño le había comenzado a invadir su insomnio. Tal vez en pocos minutos, el sueño le llegaría. Cerró la ventana y se dirigió hacia la cama con Rebeca. Tobby echado al lado de la estufa nunca se percató de los dilemas de su amo. Aparentemente nunca había abandonado su sueño.

Deja un comentario