¿A quién le pido amor?

Por Ana Rita Vagliati

¿A quién le pido amor?
Al que siempre estuvo mortalmente cerca, pero emocionalmente lejos.
Al que me hizo sentir un potus a su lado.
Al que nunca pudo nombrarme.
Al que sólo puede tener conciencia de su existencia y borra toda posibilidad de otredad.
Al que sólo quiere que lo escuchen pero se impacienta al escucharme.
Al que jamás pregunta cómo estoy y siempre comienza sus oraciones con “Yo…”, “Me…”, “Mi…”
Al que sólo ve en otros (y otras) una proyección de su propio reflejo.
Al que me anula, se apodera de mi cuerpo, me silencia y me invita a congelar mi alma.
Al leve que, para sentir que existe en este mundo material, necesita agarrarse de mi peso.
Al que un día me desarma con cariños y luego, con agresividad, me descarta.
Al que, con metamensajes y silencios impuestos, camina hacia la herida profunda.
Al que siente profundo la herida de la dictadura de la belleza pero sólo puede admirar la superficie.
Al que, siendo calvo, sin dientes, panzón, petiso y desgarbado, se atreve a señalar mis fealdades y se beneficia de mi miopía por convicción.

¿A quiénes les pido amor?
A los que esperan de mí algo parecido a ellos mismos, a sus miedos, a sus mandatos.
A los que esconden bajo alfombras sus perversiones y no tienen ojos para las fantasías y la imaginación.
Al de manos que saben poco de caricias y que no puede dar lo que no tuvo nunca.
Al perverso que aparece de repente y, sin previo aviso, me sacude de un empujón.
A los que nunca se tomaron el tiempo de cuestionar sus mandatos de machos pero se jactan de saber todo sobre el mundo femenino.

¿A quién le pido amor?
A la mujer abnegada, devota, sumisa, castrada, madre obsecuente, de libido suprimida, negadora de su cuerpo y sus deseos, definida bajo la mirada estricta de un esposo, un padre o un hermano.
A la que, frente a un espejo, sólo puede ver a su enemiga.
A la que, sólo por ser mujer, no puede amarme tiernamente, espantar fantasmas y matar monstruos por mí.
A la que me dio alas y me heredó sus jaulas.
A la que le enseñaron, y aprendió muy bien, que a las nenas no se las halaga para que no se vuelvan vanidosas.
A la que sólo puede sentir y pensar, si un hombre la habilita.

Y el amor me llega, sin pedirlo, cuando todo fluye plácidamente, cuando sólo soy yo, conmovida por el otro, la otra. Cuando me busco lejos del ghetto y me encuentro con la multitud.

Y el amor me llega, sin pedirlo, cuando me invitan a vivir, cuando “Tu risa me hace libre, me pone alas / Soledades me quita, cárcel me arranca.”

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